Mandamientos de la era atómica

Una densa columna de humo asciende 18 kilómetros sobre la ciudad japonesa de Nagasaki, resultado de una bomba atómica lanzada por Estados Unidos desde un Boeing B-29 Superfortress, el 9 de agosto de 1945. (Documento n° 208-N-43888, Archive.gov)

Este es un fragmento del ensayo del filósofo Günther Anders, publicado originalmente con el título ‘Gebote des Atomzeitalters’ el 14 de julio de 1957, en el periódico Frankfurter Allgemeine Zeitung. Traducido al inglés por la pianista Charlotte Zelka, esposa de Anders desde 1957, y publicado con el título ‘Commandments in the Atomic Age’, en el libro Burning Conscience (Monthly Review Press, Nueva York, 1961); un documento PDF con esta versión es compartido por aphelis.net. Traducido al castellano, desde la versión inglesa, por Carlos Mayhua Terreros para contranatura.org.

Que tu primer pensamiento al despertar sea: ‘átomo’. Porque no deberías iniciar el día con la ilusión de que lo que te rodea es un mundo estable. Tan solamente mañana el mundo podría ser ‘algo que solamente ha sido‘: porque nosotros, tú, yo y nuestros congéneres somos ‘más mortales’ y ‘más temporales’ que todos aquellos que, hasta ayer, habían sido considerados mortales. ‘Más mortales’ porque nuestra temporalidad significa no solamente que somos mortales, no solamente que somos ‘matables’. Esa ‘costumbre’ siempre ha existido. Sino que, como humanidad, somos ‘matables’. Y ‘humanidad’ no significa solamente la humanidad de hoy, no solamente la humanidad que se esparce sobre las provincias de nuestro globo; sino también la humanidad que se esparce sobre las provincias del tiempo. Porque si la humanidad de hoy es matada, entonces lo que ha sido, muere con ella; y la humanidad del porvenir también. La humanidad que ha sido porque, donde no hay nadie que recuerde, no quedará nada para recordar; y la humanidad del porvenir, porque donde no hay un hoy, ningún mañana puede convertirse en un hoy. La puerta frente a nosotros lleva esta inscripción: ‘Nada habrá sido’; y una vez traspasada: ‘El tiempo fue un episodio’. Pero no como nuestros ancestros se habían esperanzado, un episodio entre dos eternidades; sino un episodio entre dos nadas; entre la nada de lo que, recordado por nadie, habrá sido como si nunca hubiera existido, y la nada de lo que nunca será. Y como no habrá nadie que distinga una nada de la otra, se fundirán en una nada sola. Esto es, entonces, lo completamente nuevo, la apocalíptica clase de temporalidad, nuestra temporalidad, comparada con la cual cualquier cosa que habíamos llamado antes ‘temporal’ se convierte en una bagatela. Por lo tanto tu primer pensamiento al despertar que sea: ‘átomo’.

Tu segundo pensamiento después de despertar debería transcurrir: ‘La posibilidad del Apocalipsis es nuestro trabajo. Pero no sabemos que lo estamos haciendo’. Realmente no sabemos, y tampoco ellos que controlan el Apocalipsis lo saben: porque ellos también son ‘nosotros’, ellos también son fundamentalmente incompetentes. Que ellos también sean incompetentes, no es ciertamente su culpa; más bien consecuencia del hecho de que ni ellos ni nosotros podemos ser considerados responsables: el efecto de la brecha siempre creciente entre nuestras dos facultades; entre nuestra acción y nuestra imaginación; del hecho de que somos incapaces de concebir lo que podemos construir; de mentalmente reproducir lo que podemos producir; de comprender la realidad que podemos traer a la existencia. Porque en el curso de la era técnica la relación clásica entre imaginación y acción se ha revertido. Mientras nuestros ancestros habían considerado una obviedad que la imaginación excede y sobrepasa a la realidad, hoy día la capacidad de nuestra imaginación (y la de nuestro sentimiento y responsabilidad) no puede competir con la de nuestra praxis. De hecho, nuestra imaginación es incapaz de asimilar el efecto de lo que estamos produciendo. No solamente nuestra razón tiene sus límites (kantianos), no solamente ella es finita, sino también lo es nuestra imaginación, y todavía más nuestro sentimiento. A lo sumo podemos lamentar el asesinato de un hombre, nuestro sentimiento no puede abarcar más; podríamos ser capaces de imaginar diez: nuestra imaginación no puede abarcar más; pero destruir a cien mil personas no causa dificultades en absoluto. Y eso no solamente por razones técnicas; y no solamente porque el accionar ha sido transformado en un mero ‘colaborar’ y en un simple lanzamiento, cuyos efectos permanecen invisibles. Sino más bien por una razón moral; porque el asesinato de masas reposa infinitamente lejos — fuera de la esfera de aquellas acciones que podemos visualizar y frente a las cuales podemos tomar una posición emocional; y cuya ejecución podría ser dificultada a través de la imaginación y los sentimientos. Por lo tanto, tu siguiente pensamiento debería ser: ‘Cuanto más ilimitados los hechos, más reducidos los impedimentos’. Y: ‘Nosotros humanos somos más pequeños que nosotros mismos’. Esta última frase formula la rabiosa esquizofrenia de nuestros días; es decir: el hecho de que nuestras diversas facultades trabajan independientemente una de otra, como seres aislados y descoordinados, que han perdido todo contacto entre sí. Pero no es para afirmar algo terminal o incluso algo finalmente derrotista, que deberías pronunciar estas palabras; más bien, al contrario, para que te hagas consciente de tu limitación, para que te aterres por ello, y finalmente, para romper esta frontera presuntamente irrompible; para revocar tu esquizofrenia. Por supuesto, mientras se te conceda la gracia de seguir viviendo, puedes poner tus manos en tu regazo, abandonar toda esperanza e intentar resignarte a tu esquizofrenia. Sin embargo, si esto te parece indeseable, tienes que hacer entonces el atrevido intento de hacerte tan grande como eres realmente, de ponerte al día contigo mismo. De este modo, tu tarea consiste en cerrar la brecha que existe entre tus dos facultades: tu facultad de hacer cosas y tu facultad de imaginar cosas; de nivelar la desproporción que separa a las dos; en otras palabras, tienes que ampliar agresivamente la estrecha capacidad de tu imaginación (y la todavía más estrecha de tus sentimientos) hasta que imaginación y sentimiento sean capaces de sujetar y comprender la enormidad de tus acciones; hasta que seas capaz de tomarlas y concebirlas, de aceptarlas o rechazarlas — en breve, tu tarea es: ampliar tu fantasía moral.

(…)

Resumiendo: aun si tuviéramos éxito en eliminar físicamente los objetos fatales y sus planos de construcción, salvando así a nuestra generación, esa salvación difícilmente sería más que un respiro o una postergación. La producción material podría reanudarse cualquier día, el terror permanece y así debería permanecer tu temor. Desde ahora la humanidad vivirá para siempre y eternamente bajo la oscura sombra del monstruo. El peligro apocalíptico no es abolido por un acto, de una vez por todas, sino solamente por actos repetidos diariamente. Esto significa: tenemos que entender —y esta comprensión revela lo realmente fatal que es nuestra situación— que nuestra lucha contra la mera existencia física de los objetos y contra su construcción, sus ensayos, su almacenamiento, resulta ser por demás insuficiente. Porque el objetivo que tenemos que alcanzar no puede ser no tener la cosa; sino nunca usarla, aunque no podamos evitar tenerla; nunca usarla, aunque no exista el día en el cual no podríamos usarla.

Esta es entonces tu tarea: hacer que la humanidad entienda que ninguna etapa material, ninguna eliminación de objetos físicos será jamás una garantía absoluta, sino que debemos tener la firme resolución de nunca dar el paso aunque siempre sea posible darlo. Si nosotros, ustedes, tú y yo no tenemos éxito en saturar el espíritu de la humanidad con esta revelación, estamos perdidos.

Günther Anders
Gebote des Atomzeitalters, 1957
Commandments in the Atomic Age, 1961
Traducción de Carlos Mayhua Terreros

La madre de todos los espectáculos

Trabajadores migrantes en las afueras de una estación de autobuses en un suburbio de Nueva Delhi, buscando retornar a sus pueblos, tras quedarse sin trabajo por la cuarentena impuesta por el primer ministro Narendra Modi. (29 de marzo de 2020) (Reuters/Adnan Abid y Anushree Fadnavis)

Este es un fragmento de un artículo de la escritora Arundhati Roy, publicado el 3 de abril de 2020 en The Financial Times con el título The pandemic is a portal, traducido al castellano por contranatura.org.

El 24 de marzo, a las 8 pm, Modi apareció en televisión otra vez para anunciar que, desde medianoche, toda India estaría en cuarentena. Los mercados cerrarían. Todo transporte, público y privado, estaría prohibido. Dijo que tomaba esta decisión no sólo como primer ministro, sino como nuestro hermano mayor. ¿Quién más podía decidir, sin consultar con los gobiernos estatales que tendrían que lidiar con las consecuencias de esta decisión, que una nación de mil trescientos ochenta millones de personas sería clausurada sin ninguna preparación y con sólo cuatro horas de aviso? Sus métodos definitivamente dan la impresión de que el primer ministro de la India piensa en sus ciudadanos como en una fuerza hostil que necesita ser emboscada, tomada por sorpresa, y que nunca es digna de confianza.

Encerrados fuimos. Muchos profesionales de la salud y epidemiólogos han aplaudido esta decisión. Quizás tienen razón en teoría. Pero seguramente ninguno de ellos puede apoyar la calamitosa falta de planificación o preparación que convirtieron la cuarentena más grande y punitiva del mundo en el opuesto exacto de lo que debía lograr.

El hombre que ama los espectáculos creó la madre de todos los espectáculos.

Mientras un mundo aturdido miraba, India se revelaba a sí misma en toda su vergüenza – su brutal desigualdad estructural, social y económica, su cruel indiferencia frente al sufrimiento.

La cuarentena funcionó como un experimento químico que súbitamente ilumina cosas ocultas. Mientras tiendas, restaurantes, fábricas y la industria de la construcción cerraban, mientras las clases altas y medias se recluían en distritos cerrados, nuestros pueblos y megaciudades empezaban a expulsar a sus ciudadanos de la clase obrera —sus trabajadores migrantes— como a un excedente demasiado indeseable.

Muchas personas largadas por sus empleadores y arrendadores, millones de personas empobrecidas, hambrientas y sedientas, jóvenes y viejos, hombres y mujeres, niños, personas enfermas, ciegos y discapacitados, sin ningún lugar adonde ir, sin transporte público a la vista, empezaron una larga marcha hacia sus casas en sus pueblos. Caminaron durante días, hacia Badaun, Agra, Azamgarh, Aligarh, Lucknow, Gorakhpur — a cientos de kilómetros de distancia. Algunos murieron en el camino.

Sabían que iban a casa para potencialmente moderar la inanición. Quizá sabían incluso que podrían llevar el virus con ellos, e infectar a sus familias, a sus padres y abuelos en casa, pero necesitaban desesperadamente un retazo de familiaridad, refugio y dignidad, así como comida, si es que no amor.

Mientras caminaban, algunos fueron brutalmente golpeados y humillados por la policía, encargada de hacer cumplir estrictamente el toque de queda. Hombres jóvenes fueron obligados a arrastrarse y a saltar como ranas a lo largo de las autopistas. En las afueras del pueblo de Bareilly, un grupo fue arreado y fumigado con aerosoles químicos.

Pocos días después, preocupados de que la población que escapaba pudiese esparcir el virus a los pueblos, el gobierno selló las fronteras estatales incluso para los caminantes. Personas que habían estado caminando durante días fueron paradas y obligadas a regresar a los campamentos en las ciudades que se habían visto obligadas a abandonar.

Entre gente mayor, todo esto evocó memorias de la transferencia de población de 1947, cuando la India fue dividida y Pakistán nació. Excepto que el éxodo actual ha sido motivado por divisiones de clase, no de religión. Aún así, no son estas las personas más pobres de la India. Estas son personas que tenían (al menos hasta ahora) trabajo en la ciudad y casas a las que regresar. Los desempleados, los sin techo y los desesperados permanecieron donde estaban, tanto en las ciudades como en el campo, donde profundas tensiones crecían mucho antes de que esta tragedia ocurriese. A lo largo de estos horribles días, el ministro del Interior Amit Shah permaneció ausente de la vista pública.

Cuando las caminatas empezaron en Delhi, usé un pase de prensa de una revista para la que frecuentemente escribo para conducir hacia Ghazipur, en la frontera entre Delhi y Uttar Pradesh.

La escena era bíblica. O tal vez no. La Biblia podría no haber conocido números como estos. La cuarentena para imponer el distanciamiento físico había resultado en lo contrario — compresión física en una escala impensable. Esto es cierto incluso dentro de los pueblos y ciudades de la India. Las vías principales pueden estar vacías, pero los pobres son sellados en estrechos cuartos atestados en villas y tugurios.

Cada uno de los caminantes con los que hablé estaba preocupado por el virus. Pero era menos real, estaba menos presente en sus vidas que la amenaza del desempleo, el hambre y la violencia de la policía. De todas las personas con las que hablé ese día, incluyendo un grupo de sastres musulmanes que sólo unas semanas antes habían sobrevivido ataques islamófobos, las palabras de un hombre me conmovieron especialmente. Era un carpintero llamado Ramjeet, que planeaba caminar toda la ruta hacia Gorakhpur, cerca a la frontera con Nepal.

“Quizás cuando Modi decidió hacer esto, nadie le contó de nosotros. Quizás no sabe de nosotros”, dijo.

“Nosotros” significa aproximadamente 460 millones de personas.

© Arundhati Roy 2020
Traducido por contranatura.org


* Existe otra versión en castellano, del artículo completo, en La Jornada.