“Hasta la vista, chicos”

El 25 de agosto de 2021, Alessandro La Fortezza, profesor de una escuela pública en Italia, difundió una carta despidiéndose de sus alumnos, explicando su rechazo al “pasaporte verde”. Documento extraído del blog Contra el encierro, traducido por counterpropaganda.

Queridos alumnos:

En junio nos dijimos hasta la vista, pero hoy tengo que deciros que quizá no nos veamos en el instituto en septiembre.

Si no se modifican las disposiciones actuales, me suspenderán de la enseñanza por no haber presentado el pase verde.

Tal vez, aunque nunca os he ocultado mis ideas sobre la gestión de la epidemia, pueda parecer extraño o exagerado que no quiera tener un pasaporte verde. Sin embargo, si pensáis en todo lo que vuestro profesor de italiano y de historia os ha contado sobre los carnés de partido sin los que no se podía trabajar, o sobre las muchas marcas de infamia que los despotismos de todos los tiempos hacían coser en la ropa de los discriminados, o sobre una niña escondida en una habitación trasera que llenaba su cuaderno con su gruesa letra, entonces podréis entender mi elección.

Ya puedo oír a algunos de vosotros levantando sus escudos: “¡Pero profesor! No es lo mismo”. Soy muy consciente de ello. Nunca es lo mismo. Si las cosas erróneas aparecieran siempre en la historia de la misma manera, seríamos capaces de reconocerlas y defendernos de ellas. En cambio, el mal a menudo trata de engañarnos disfrazándose con colores cambiantes.

El verdadero bien, sin embargo, os revelaré un truco: lo reconocéis inmediatamente por su sencillez, su aparente pequeñez, su humildad.

Fue entonces cuando os dejé respirar libremente sin máscara y vosotros hicisteis lo mismo conmigo. Era cuando respetábamos el tiempo y el espacio del otro, cuando entraba en vuestras casas a distancia sólo después de llamar y pedir permiso, y cuando entendíais si estaba cansado y necesitaba vuestra comprensión.

Ahora bien, puede que no esté allí para velar por vosotros en este difícil momento de la historia, pero, comprendedme, no tendría nada más que enseñaros, si me convirtiera en corresponsable, aunque sea pasivamente, de un instrumento de discriminación como el pase verde; una discriminación que no se basa en la religión, la etnia, el color de la piel o la orientación sexual, sino en la elección y la convicción individuales.

Me vacunaré cuando y si estoy convencido de que es lo correcto, desde luego no para ir a un restaurante, a un concierto o donde sea. Ni siquiera para mantener mi trabajo. Recordemos que “no sólo de pan vive el hombre” (Mt 4,4) y que también está escrito: “Mirad cómo crecen los lirios del campo: no trabajan ni hilan. Pero os digo que ni siquiera Salomón, con toda su gloria, se vistió como uno de ellos” (Mt 6,28). El Señor, pues, “nunca perturba la alegría de sus hijos, sino para prepararles una alegría más cierta y mayor” (Los novios, capítulo VIII). Además, aunque mañana decidiera vacunarme, o si sintiera la necesidad de someterme a un hisopo de diagnóstico, no descargaría el pasaporte verde, para que mis elecciones individuales, sean las que sean, no se conviertan en un motivo de discriminación contra quienes hayan hecho elecciones diferentes.

Esperemos, en cambio, que se produzca un replanteamiento en las conciencias y se abandone el peligroso camino emprendido y que conduce a tristezas e infamias que creíamos superadas.

En ese caso nos volveríamos a abrazar, continuaríamos nuestro viaje juntos, como si nos despertáramos de un mal sueño, y podría volver a deciros: “¡Hasta la vista, chicos!”.

Vuestro profesor, Alessandro La Fortezza

Carta al editor censurada en el British Medical Journal

Jurisprudencia (1887) | Edvard Munch

El 2 de abril de 2021 la doctora Katya Polyakova, directora de un centro médico en Kent (Inglaterra), escribió una carta al editor del British Medical Journal, respondiendo a un artículo titulado “¿Deben los médicos aplicarse la vacuna del Covid-19?”. El 8 de abril este aviso fue añadido a su comentario: Importante noticia editorial para los lectores: esta es una “respuesta rápida” (comentario online de una tercera persona) y no un artículo en el BMJ. Es citado de forma engañosa en ciertos sitios web y redes sociales. El 12 de abril, el comentario fue censurado; un nuevo aviso decía: esta “respuesta rápida” ha sido removida porque estaba siendo usada para esparcir desinformación…

Querido editor:

Me he vacunado más veces en la vida que la mayoría de personas y poseo una significativa experiencia personal y profesional en relación a esta pandemia, habiendo dirigido un servicio médico durante las dos primeras olas con todas las contingencias que implica.

Sin embargo, es el fracaso para reportar la morbilidad causada por nuestro actual programa de vacunación dentro de los servicios de salud, contra lo que actualmente lucho. Los niveles de enfermedad después de la vacunación no tienen precedentes y el personal sanitario se está enfermando bastante, y algunos con síntomas neurológicos que están causando un gran impacto en el funcionamiento del servicio. Incluso los jóvenes y sanos están ausentes por días, algunos por semanas, y algunos necesitando tratamiento médico. Equipos enteros están fuera de servicio ya que se vacunaron juntos.

En este caso la vacunación obligatoria es estúpida, inmoral e irresponsable, cuando se trata de proteger a nuestro personal y la salud pública. (…) De hecho, está claramente establecido que estas vacunas no ofrecen inmunidad ni detienen el contagio. ¿Por qué lo estamos haciendo? No existen amplios datos de seguridad disponibles (un par de meses de datos de ensayos a lo sumo) y estos productos sólo están bajo una licencia de emergencia. (…)

La gripe es un gran asesino anual, inunda el sistema de salud, mata gente joven, ancianos, enfermos, y sin embargo la gente puede elegir usar o no esa vacuna (que está disponible desde hace bastante tiempo). Y usted puede hacer una lista de varios otros ejemplos de vacunas que no son obligatorias y que sin embargo protegen contra enfermedades con más serias consecuencias.

Usar la coerción y obligar a tratamientos médicos a nuestro personal, y a los miembros del público, especialmente cuando estos tratamientos están todavía en fase experimental, pertenece firmemente a los dominios de una distopía totalitaria, muy lejos de nuestros valores éticos como guardianes de la salud.

Mi familia entera y yo misma hemos tenido el Covid. Así como la mayoría de mis amigos, parientes y colegas. Recientemente he perdido a un miembro relativamente joven de mi familia con enfermedades preexistentes debido a un fallo cardiaco, resultado de una neumonía causada por el Covid. A pesar de esto, nunca me degradaría hasta aceptar que debemos abandonar nuestros principios liberales y el principio internacional de soberanía personal, libre decisión informada y derechos humanos, y apoyar la coerción sin precedentes sobre profesionales, pacientes y personas para que se sometan a tratamientos experimentales con datos de seguridad limitados. Esto, y las políticas que lo impulsan, son un peligro mayor para nuestra sociedad que cualquier otra cosa que hayamos enfrentado en el último año.

¿Qué ha pasado con “mi cuerpo, mi decisión”? ¿Qué ha pasado con el debate científico y abierto? ¿Si no prescribo un antibiótico a pacientes que no lo necesitan porque están sanos, soy una anti-antibióticos? ¿O una negacionista de los antibióticos? ¿No es hora de que la gente realmente piense en lo que está pasando y adónde nos conduce todo esto?

Katya Polyakova
2 de abril de 2021

“Así es como las sociedades se convierten en despotismos”

Playas prohibidas. Agentes de la policía y el ejército en la playa de Agua Dulce en el distrito de Chorrillos, ciudad de Lima, el 1 de enero de 2021, cumpliendo la orden del gobierno de repeler a los veraneantes para evitar el contagio del nuevo coronavirus. (Foto: ANDINA/Vidal Tarqui).

El 30 de marzo de 2020, BBC Radio 4 propaló una entrevista con el jurista británico Jonathan Sumption, ex juez de la Corte Suprema del Reino Unido. Aquí un fragmento de la transcripción publicada en The Spectator, traducido por contranatura.org.

Entrevistador de la BBC Jonny Dymond: “Un vuelco histérico hacia un estado policial. Una vergonzosa fuerza policial entrometiéndose con escaso respeto al sentido común o a la tradición. Una sobrereacción irracional motivada por el miedo”. Estas no son acusaciones de activistas desorbitados; provienen de los labios de uno de nuestros más eminentes juristas, Lord Sumption, ex Juez de la Corte Suprema. Estuvimos hablando justo antes de salir al aire.

Lord Sumption: El verdadero problema es que cuando las sociedades humanas pierden su libertad, usualmente no es porque los tiranos las despojan. Usualmente es porque la gente voluntariamente renuncia a su libertad a cambio de protección contra alguna amenaza externa. Y la amenaza usualmente es real pero exagerada. Eso es lo que me temo estamos viendo ahora, la presión sobre los políticos ha provenido del público. Quieren medidas concretas. No se toman una pausa para pensar si las medidas funcionarán. No se preguntan si valdrá la pena pagar el costo que estas medidas acarrean. Quieren acción de cualquier forma. Y cualquiera que ha estudiado historia reconocerá aquí los clásicos síntomas de la histeria colectiva. La histeria es contagiosa. Estamos entrando en un estado de conmoción en el que exageramos la amenaza y dejamos de preguntarnos si la cura podría ser peor que la enfermedad.

Dymond: En un momento así, como reconoces, los ciudadanos buscan la protección y asistencia del Estado; no debería sorprendernos entonces que el Estado asuma nuevos poderes si es que responde. Es lo que se le ha pedido que haga, casi exigido.

Sumption: Sí, es totalmente cierto. No debería sorprendernos. Pero tenemos que reconocer que así es como las sociedades se convierten en despotismos. Y también tenemos que reconocer que este proceso conduce naturalmente a la exageración. Los síntomas del coronavirus son muy serios para aquellos que padecen otras enfermedades significativas, especialmente si son ancianos. Hay casos excepcionales en los que personas jóvenes han fallecido, que han recibido un montón de publicidad, pero los números son bastante pequeños. La evidencia italiana, por ejemplo, sugiere que solamente el 12% de muertes son atribuibles al coronavirus como principal causa de muerte. Así que esto es serio, sí, y es entendible que la gente clame al gobierno. Pero la verdadera pregunta es: ¿es esto lo suficientemente serio para justificar poner a la mayoría de nuestra población en prisión domiciliaria, destrozando nuestra economía por un periodo indefinido, arruinando negocios que a honestos y esforzados trabajadores les ha tomado años levantar, atando a las futuras generaciones con deuda, depresión, estrés, ataques cardiacos, suicidios y una angustia increíble inflingida a millones de personas que no son especialmente vulnerables al coronavirus y que sufrirán sólo síntomas moderados o ninguno en absoluto (…) ?

Dymond: El ejecutivo, el gobierno, de pronto tiene realmente mucho poder y enfrenta muy poco escrutinio. El Parlamento está en receso (…). ¿No hay mucho escrutinio, verdad?

Sumption: No. Ciertamente no hay mucho en el tema del escrutinio institucional. La prensa ha realizado cierto escrutinio, ha habido algo de buen periodismo retador, pero pienso que mayormente la prensa hace eco y de hecho ha amplificado el pánico general.

Dymond: Habrán personas escuchando que admiran tu sabiduría legal pero que también dirán: “bueno, él no es un epidemiólogo, no sabe cómo se transmite la enfermedad, no entiende los riesgos a los servicios de salud si esta cosa se sale de control”. ¿Qué les dices a ellos?

Sumption: A ellos les digo que no soy un científico pero que es el derecho y el deber de cada ciudadano buscar y mirar lo que los científicos han dicho y analizarlo por su propia cuenta y extraer conclusiones de sentido común. Todos somos perfectamente capaces de hacerlo y no hay ninguna razón particular para que la naturaleza científica del problema deba significar que renunciamos a nuestra libertad en las manos de los científicos. Todos tenemos facultades críticas y es sumamente importante, en un momento de pánico nacional, mantenerlas.

La nueva anormalidad es traumatizar a los niños

Niños en una escuela de la ciudad francesa de Tourcoing, forzados a observar el nuevo paradigma del “distanciamiento social”. (Foto: Lionel Top/Twitter/The Daily Mail).

Un fragmento de un texto de la periodista Vanessa Beele, quien a su vez cita otros comentarios, publicado en el blog The Wall Will Fall. Traducido por contranatura.org.

Con cada día que pasa, y con los efectos de las políticas del Covid-19 realmente materializándose, me quedo más profundamente perturbada por la transformación del mundo tal como lo conocíamos. Aunque esta “nueva normalidad” ha estado en la agenda desde hace un tiempo, me aterroriza la forma tan inmediata como la gente se ha entregado, aceptando como “normal” un ambiente tan traumático.

Me gustaría estar equivocada pero creo firmemente que esto es sólo el comienzo, que mucho más será expuesto e impuesto sobre nosotros. Si no despertamos y resistimos, perderemos nuestro mundo y estaremos subsistiendo en la distopía pronosticada por tantos que vieron este día llegar.

Esta no es una vida que quisiera para los niños. El consenso de los expertos médicos es que los niños no son afectados por el Covid-19, entonces cuál es la necesidad de estas medidas tan traumáticas. Sí, los niños pueden transportar el virus, esto es normal y la inmunidad colectiva es la única manera de fortalecer nuestros sistemas inmunológicos y de superar el virus – ¿o aceptaremos vivir bajo arresto domiciliario por el resto de nuestras vidas y someter a nuestros niños a estilos de vida tan antinaturales y abusivos?

Comentario de HE, un profesor de psicología:

“Las investigaciones demuestran que la interacción social no solamente es crucial para el desarrollo psicosocial sino también para el desarrollo cognitivo.” (…)

Comentario de Patrick Corbett, periodista retirado:

“He pasado mucho tiempo hoy pensando en la vida que teníamos con nuestra hija más joven cuando estaba en la escuela. Cuánto de nuestra vida giraba alrededor de ella. Además de su tiempo en las aulas, estaba en danza, karate, teatro. Jugó básketbol, voleibol y corría en la pista atlética. Su madre y yo pasamos incontables horas con ella apoyándola y sí, algunas veces era aburrido (¿tres horas de clase de danza?) pero mayormente lo disfrutábamos. Hicimos amistad con otros padres y llegamos a conocer y a preocuparnos por sus pequeños amigos. (…)

¿Y ahora quieren que abracemos una “nueva normalidad”? Donde nos paramos en puntos marcados a dos metros de distancia, donde los niños tienen que ser entrenados para tener miedo unos de otros, para que no se toquen, por los GÉRMENES. Donde no visitaremos a otras familias, donde los niños incluso tendrán que quedarse en casa y aprender a través de computadoras.

Los seres humanos son sobre todo animales sociales; el distanciamiento social es un anatema para nosotros. Muy literalmente nos matará a través de la soledad, el aislamiento y la depresión. Todo lo cual afectará ese increíble mecanismo en nuestros cuerpos – nuestro bendito sistema inmunológico.

Cada día, cada semana y, antes de que se den cuenta, cada año que pongan a sus niños a través de esta “nueva normalidad”, debilitarán sus cuerpos, sus corazones y su espíritu. Se marchitarán y se irán volando frente a sus ojos. ¿Esto no les asusta más que algo con lo que hemos vivido durante todo nuestro tiempo en este planeta?

Esta no es la plaga, ni la epidemia de gripe de 1918. Esta es, tal vez, a lo sumo, una gripe ligeramente más severa que la usual. La gripe mata, y también los accidentes de tránsito, el cáncer y las enfermedades cardiacas. Todo el que muere a cualquier edad se va demasiado pronto para sus seres queridos. Es en ese sentido que la muerte es trágica. Por lo demás, forma parte de la vida. Haríamos mejor en abrazar la vida que escondernos en casa por miedo a la muerte. Eso no es heroico, no importa cuánto el bufón de Boris Johnson diga que sí lo es.

Entonces, si no pueden reunir el coraje para luchar por su propia libertad para vivir, háganlo por sus niños”.


Rael Nidess realizó este comentario en el blog de Vanessa Beeley:

“Esto es triste más allá de lo comprensible. Presagia un mundo habitado por personas sin habilidades sociales, conexiones o empatía. Un mundo en el cual la única ‘figura paterna’ confiable es el Estado y sus subalternos. Un mundo en el cual el consenso ni siquiera tiene que ser ‘manufacturado’, porque ya es un hecho. Un mundo en el cual las acciones del Estado automáticamente se presumen razonables y racionales dado que ningún otro accionar puede ni siquiera ser concebible. Oh valiente nuevo mundo.”

La madre de todos los espectáculos

Trabajadores migrantes en las afueras de una estación de autobuses en un suburbio de Nueva Delhi, buscando retornar a sus pueblos, tras quedarse sin trabajo por la cuarentena impuesta por el primer ministro Narendra Modi. (29 de marzo de 2020) (Reuters/Adnan Abid y Anushree Fadnavis)

Este es un fragmento de un artículo de la escritora Arundhati Roy, publicado el 3 de abril de 2020 en The Financial Times con el título The pandemic is a portal, traducido al castellano por contranatura.org.

El 24 de marzo, a las 8 pm, Modi apareció en televisión otra vez para anunciar que, desde medianoche, toda India estaría en cuarentena. Los mercados cerrarían. Todo transporte, público y privado, estaría prohibido. Dijo que tomaba esta decisión no sólo como primer ministro, sino como nuestro hermano mayor. ¿Quién más podía decidir, sin consultar con los gobiernos estatales que tendrían que lidiar con las consecuencias de esta decisión, que una nación de mil trescientos ochenta millones de personas sería clausurada sin ninguna preparación y con sólo cuatro horas de aviso? Sus métodos definitivamente dan la impresión de que el primer ministro de la India piensa en sus ciudadanos como en una fuerza hostil que necesita ser emboscada, tomada por sorpresa, y que nunca es digna de confianza.

Encerrados fuimos. Muchos profesionales de la salud y epidemiólogos han aplaudido esta decisión. Quizás tienen razón en teoría. Pero seguramente ninguno de ellos puede apoyar la calamitosa falta de planificación o preparación que convirtieron la cuarentena más grande y punitiva del mundo en el opuesto exacto de lo que debía lograr.

El hombre que ama los espectáculos creó la madre de todos los espectáculos.

Mientras un mundo aturdido miraba, India se revelaba a sí misma en toda su vergüenza – su brutal desigualdad estructural, social y económica, su cruel indiferencia frente al sufrimiento.

La cuarentena funcionó como un experimento químico que súbitamente ilumina cosas ocultas. Mientras tiendas, restaurantes, fábricas y la industria de la construcción cerraban, mientras las clases altas y medias se recluían en distritos cerrados, nuestros pueblos y megaciudades empezaban a expulsar a sus ciudadanos de la clase obrera —sus trabajadores migrantes— como a un excedente demasiado indeseable.

Muchas personas largadas por sus empleadores y arrendadores, millones de personas empobrecidas, hambrientas y sedientas, jóvenes y viejos, hombres y mujeres, niños, personas enfermas, ciegos y discapacitados, sin ningún lugar adonde ir, sin transporte público a la vista, empezaron una larga marcha hacia sus casas en sus pueblos. Caminaron durante días, hacia Badaun, Agra, Azamgarh, Aligarh, Lucknow, Gorakhpur — a cientos de kilómetros de distancia. Algunos murieron en el camino.

Sabían que iban a casa para potencialmente moderar la inanición. Quizá sabían incluso que podrían llevar el virus con ellos, e infectar a sus familias, a sus padres y abuelos en casa, pero necesitaban desesperadamente un retazo de familiaridad, refugio y dignidad, así como comida, si es que no amor.

Mientras caminaban, algunos fueron brutalmente golpeados y humillados por la policía, encargada de hacer cumplir estrictamente el toque de queda. Hombres jóvenes fueron obligados a arrastrarse y a saltar como ranas a lo largo de las autopistas. En las afueras del pueblo de Bareilly, un grupo fue arreado y fumigado con aerosoles químicos.

Pocos días después, preocupados de que la población que escapaba pudiese esparcir el virus a los pueblos, el gobierno selló las fronteras estatales incluso para los caminantes. Personas que habían estado caminando durante días fueron paradas y obligadas a regresar a los campamentos en las ciudades que se habían visto obligadas a abandonar.

Entre gente mayor, todo esto evocó memorias de la transferencia de población de 1947, cuando la India fue dividida y Pakistán nació. Excepto que el éxodo actual ha sido motivado por divisiones de clase, no de religión. Aún así, no son estas las personas más pobres de la India. Estas son personas que tenían (al menos hasta ahora) trabajo en la ciudad y casas a las que regresar. Los desempleados, los sin techo y los desesperados permanecieron donde estaban, tanto en las ciudades como en el campo, donde profundas tensiones crecían mucho antes de que esta tragedia ocurriese. A lo largo de estos horribles días, el ministro del Interior Amit Shah permaneció ausente de la vista pública.

Cuando las caminatas empezaron en Delhi, usé un pase de prensa de una revista para la que frecuentemente escribo para conducir hacia Ghazipur, en la frontera entre Delhi y Uttar Pradesh.

La escena era bíblica. O tal vez no. La Biblia podría no haber conocido números como estos. La cuarentena para imponer el distanciamiento físico había resultado en lo contrario — compresión física en una escala impensable. Esto es cierto incluso dentro de los pueblos y ciudades de la India. Las vías principales pueden estar vacías, pero los pobres son sellados en estrechos cuartos atestados en villas y tugurios.

Cada uno de los caminantes con los que hablé estaba preocupado por el virus. Pero era menos real, estaba menos presente en sus vidas que la amenaza del desempleo, el hambre y la violencia de la policía. De todas las personas con las que hablé ese día, incluyendo un grupo de sastres musulmanes que sólo unas semanas antes habían sobrevivido ataques islamófobos, las palabras de un hombre me conmovieron especialmente. Era un carpintero llamado Ramjeet, que planeaba caminar toda la ruta hacia Gorakhpur, cerca a la frontera con Nepal.

“Quizás cuando Modi decidió hacer esto, nadie le contó de nosotros. Quizás no sabe de nosotros”, dijo.

“Nosotros” significa aproximadamente 460 millones de personas.

© Arundhati Roy 2020
Traducido por contranatura.org


* Existe otra versión en castellano, del artículo completo, en La Jornada.