Desconfianza

Niña con muñeca (1922) Oskar Kokoschka | Óleo sobre lienzo, 91 x 81 cm

Tres textos de Alejandra Pizarnik, originalmente publicados en Mundo Nuevo, París, N° 7, enero de 1967, bajo el título de “Pequeñas Prosas”. Extraído de Obras completas, Ediciones Corregidor, Buenos Aires, 1994 (2a. ed.)

DESCONFIANZA

Mamá nos hablaba de un blanco bosque de Rusia: …y hacíamos hombrecitos de nieve y les poníamos sombreros que robábamos al bisabuelo…

Yo la miraba con desconfianza. ¿Qué era la nieve? ¿Para qué hacían hombrecitos? Y ante todo, ¿qué significa un bisabuelo?

DIÁLOGOS

—Ésa de negro que sonríe desde la pequeña ventana del tranvía se asemeja a madame Lamort —dijo.

—No es posible, pues en París no hay tranvías. Además, ésa de negro del tranvía en nada se asemeja a madame Lamort. Todo lo contrario: es madame Lamort quien se asemeja a ésa de negro. Resumiendo: no sólo no hay tranvías en París sino que nunca en mi vida he visto a madame Lamort, ni siquiera en retrato.

—Usted coincide conmigo —dijo— porque tampoco yo conozco a madame Lamort.

—¿Quién es usted? Deberíamos presentarnos.

—Madame Lamort —dijo—. ¿Y usted?

—Madame Lamort.

—Su nombre no deja de recordarme algo —dijo.

—Trate de recordar antes de que llegue el tranvía.

—Pero si acaba de decir que no hay tranvías en París —dijo.

—No los había cuando lo dije pero nunca se sabe qué va a pasar.

—Entonces, esperémoslo puesto que lo estamos esperando —dijo.

DEVOCIÓN

Debajo de un árbol, frente a la casa, veíase una mesa y sentadas a ella, la muerte y la niña tomaban el té. Una muñeca estaba sentada entre ellas, indeciblemente hermosa, y la muerte y la niña la miraban más que al crepúsculo, a la vez que hablaban por encima de ella.

—Toma un poco de vino —dijo la muerte.

La niña dirigió una mirada a su alrededor, sin ver, sobre la mesa, otra cosa que té.

—No veo que haya vino —dijo.

—Es que no hay —contestó la muerte.

—¿Y por qué me dijo usted que había? —dijo.

—Nunca dije que hubiera sino que tomes —dijo la muerte.

—Pues entonces ha cometido usted una incorrección al ofrecérmelo —respondió la niña muy enojada.

—Soy huérfana. Nadie se ocupó de darme una educación esmerada —se disculpó la muerte.

La muñeca abrió los ojos.

— Alejandra Pizarnik

Yendo al colegio para recoger a mi hija

Carmen Ollé y Enrique Verástegui, con su hija Vanessa.

Un poema de Enrique Verástegui, extraído de Angelus Novus (Tomo II, p. 318), coeditado por Ediciones Antares y Lluvia Editores en Lima, 1990.

YENDO AL COLEGIO PARA RECOGER A MI HIJA

(Para Vanessa)

Un sauce con ramas tercamente delicadas
sostiene un lánguido follaje verde pálido destrozándose
……….. como ligera llovizna de flores que se curvan
sobre el auto que pasa lentamente perdido en la mañana.
Una pequeña fábrica arroja desperdicios sobre la vereda soli-
……….. taria.
Flores celestes se incrustan al follaje verde adhiriéndose
……….. pensativo en la pared rosada.
Sobre una vereda contemplo transitar a la gente bellamente a-
……….. purada.

Abro un libro donde el auto que pasa lentamente intranquilo
……….. se dirige hacia su perdición.

Mi hija aún no se aparece pero allí está, esperándome, en el
……….. colegio.
Un chillido de pequeños jilgueros traviesos
atruenan los jardines de la entrada.
Un tormentoso río de cemento grisáceo nos separa.
Estoy parado en una esquina con una flor que señala el libro
……….. donde el auto busca una dirección inservible.
Paredes intensamente violetas con dinteles de yeso blanco,
las ventanas ojivales o cuadradas se mecen en el ramaje de
……….. árboles crecidos como un sueño.
A izquierda y derecha una avenida con árboles oscuros.
Al frente del colegio que abre sus verjas -cruzando la calle-
……….. el sauce aún curvándose
sobre el auto que pasa para recoger los productos de la
……….. fábrica.
Cierro el libro y me acerco al colegio,
mi hija apretándome la mano vuelve a casa ahora conmigo.

— Enrique Verástegui

Come en casa Borges

Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares en la librería La Ciudad (Buenos Aires, 1979). (rialta-ed.com)

En edición cuidada por Daniel Martino, Destino publicó en 2006 un tomo de 1700 páginas simplemente titulado “Borges”: el diario escrito por Adolfo Bioy Casares durante cuatro décadas, registrando las conversaciones que mantuvo con su amigo y cómplice literario. “Come en casa Borges” es una frase que se repite a lo largo de las páginas, abriendo el apunte de muchos días, y dando cuenta de una época en que los amigos se visitaban. Aquí tres fragmentos.

Sábado, 18 de diciembre de 1954

Un oculista dijo a Borges que advierte debilidad en la retina del ojo que ve. Si esa retina se desprendiera, Borges quedaría ciego. Con las úlceras y con esta amenaza, el pobre Borges está pasando un mal período. Recuerda los consejos de un peluquero Trientino, de la calle 25 de Mayo: “Para la úlcera lo principal: usted se prende de la leche como si fuera Rómulo y Remo. Las inyecciones no sirven para nada porque usted no va a tirar la plata en farmacia y más bien lo manda al facultativo a la puta que lo parió. En vez, compre en el Paseo de Julio una faja de campesino que le dé muchas vueltas y tiene caliente la panza. De vez en cuando, su cafecito, una raviolada, una copa, porque usted no tiene por qué ser el esclavo de los hijos de puta”.

Sábado, 1° de enero de 1955

Borges me cuenta que Margarita Bunge le dijo: “Usted tiene que pensar que si pierde el ojo, pierde muy poco. Lo importante es usted, no su ojo”. BORGES: “Qué falta de imaginación. O qué fe en el pensamiento. Bueno, los estoicos parecen creer lo mismo. Dicen: ‘El hombre virtuoso es feliz y no se preocupará de lo que le pasa’. O tal vez todo eso equivalga a decir que mientras uno piensa en una cosa no puede pensar en otra; que mientras uno piensa en una de esas frases, no puede pensar en su desgracia. Lo mismo sería decir: Babebibobu. En Alice in Wonderland hay un personaje que dice: ‘piense que está sentado, piense que tiene piernas, que tiene cuerpo, y no pensará: soy desdichado‘”.

Jueves, 28 de abril de 1955

Come en casa Borges. Me trae los dos tomos de los Gauchescos, que aparecieron en México, y un ejemplar de Marcha de Montevideo, con una crítica muy elogiosa de Rodríguez Monegal, sobre El sueño de los héroes. Me habla de mi libro: “Ahora que the cat is out of the bag, ¿sabes lo que dijo Margarita Bunge? Bueno, me preguntó si yo creía que la vida de esos muchachos, Gauna, Maidana, etcétera, que pasaban tres noches emborrachándose por Villa Urquiza, Flores y el Bañado de Flores, era una vida sana”. Comentamos el extraño requisito de una vida sana para los personajes de una novela. Cuenta que Margarita, a su vez, está escribiendo una novela y que, según ella, hace muchas concesiones: “Habrá comprendido que sin concesiones no hay novelas. Imagínate esos personajes que se levantan temprano, engullen una sopa de Quacker, hacen gimnasia, no cometen imprudencias, se acuestan a las diez…”.

— Adolfo Bioy Casares
Borges (Destino, 2006)

“La Noche enjoyada y maligna se está adueñando de la ciudad para siempre”

Solitude (1956) - Paul Delvaux
Solitude (1956) Paul Delvaux | Óleo sobre lienzo, 99,5 x 124 cm

Tres poemas de Emilio Adolfo Westphalen, extraídos del libro Belleza de una espada clavada en la lengua (Poemas 1930-1986) (Ediciones Rikchay, Lima, 1986).

DE INCÓGNITO

Se tropieza uno al voltear la esquina con imponente
arboladura de navío penetrando pesada lentamente en ruidosas
calles congestionadas hemipléjicas. El poniente tiñe de púrpura
telas restallantes sobre cubierta desierta. Guiña los ojos
la gente distraída y no advierte cómo la Noche enjoyada y
maligna se está adueñando de la ciudad para siempre.

ERROR DE CÁLCULO

El mar se ha deslizado en el poema como en su cueva y
refugio natural sin tener en cuenta la diferencia de proporcio-
nes. Cuando cedan las costuras bajo el peso, ¿adónde irá a
desaguar todo el azulverde acumulado?

TUMBA GRANDE

El tren se ha detenido en el silencio opaco y sin ecos
de la noche anónima. Es la llegada a término — no se
reanudarán ya más ni agitación ni bullicio ni carcoma.

— Emilio Adolfo Westphalen

Publicados originalmente en la ciudad de Lisboa: “Error de cálculo”, en Máximas y mínimas de sapiencia pedestre (1982) y “De incógnito” y “Tumba grande”, en Nueva serie (1984).

Aceptemos la locura

Tres poemas de Kenneth Patchen, extraídos de la breve antología publicada en la sección de literaturas de contranatura.org — La fuente original es la más amplia antología publicada por la UNAM. Las versiones en castellano son de Alberto Blanco.

ACEPTEMOS LA LOCURA

Aceptemos la locura abiertamente, hombres
De mi generación. Sigamos
Los pasos de esta edad destrozada:
Mirémosla cruzar la tierra opaca del Tiempo
Hacia la casa cerrada de la eternidad
Con el ruido que la muerte tiene,
Con el rostro de las cosas muertas y que no se diga:

Que queríamos más; buscamos para encontrar
Una puerta abierta, una hazaña absoluta del amor
Que transformara la aciaga oscuridad del día;
pero
Encontramos infierno y niebla
Sobre la tierra, y en nosotros mismos
Un pantano descompuesto de tumbas descomunales.

EL LOBO DEL INVIERNO

El lobo del invierno
Devora caminos y pueblos
En su hambre de hielo.

El lobo del invierno
Mete la pata en la olla rancia de la ciudad
Agitando la sopa de putas y suicidas.

Oh el lobo del invierno
Rompe los huesos del pobre
En su caverna congelada.

El lobo del invierno…
El torvo, el frío, el blanco
El bello lobo del invierno
Que se alimenta de nuestro mundo.

GAUTAMA EN EL PARQUE DE LOS VENADOS EN BENARÉS

En una choza de lodo y fuego
Está sentado este hombre —“No desear
Dinero, una vida en el mundo,
No querer adornos en mi nombre”—
Y era rico; su vida vive allí
Donde la muerte no puede llegar; su honor
Clava la vista en el sol.

El ciervo duerme. Los vientos ligeros
Rizan la verde cabellera de la tierra. Es
Maravilloso vivir. Mi sable se oxida
En la plácida lluvia. No debo pensar
Más. Toco el rostro de mi amigo;
Me muestra los dientes sucios mientras se rasca
Una pulga —y sonreímos. Hace calor
Y el arroz se agita en nuestros vientres
Con provecho.

El ciervo levanta la cabeza —el sol inunda
Sus ojos suaves con los reinos de la vida—
Creo que todos debemos irnos a dormir ya,
Y no preocuparnos más.

— Kenneth Patchen
Traducción de Alberto Blanco

English versions in page 2.