Llamado a los tres reinos

Leda y el cisne, 1924 | César Moro

Cuatro poemas de César Moro (1903-1956), extraídos de Obra Poética Completa, ed. de Ricardo Silva-Santisteban, Sur Librería Anticuaria / Academia Peruana de la Lengua, Lima 2016. Originalmente escritos en francés; las traducciones son de Ricardo Silva-Santisteban y Jorge Nájar.

LLAMADO A LOS TRES REINOS

Hablo a los tres reinos
Al tigre sobre todo
Más susceptible de escucharme
A las limaduras a la carbonilla
Al viento que no se sitúa en ninguno de los tres reinos
Para la tierra habría que usar un lenguaje de cieno
Para el agua un lenguaje de ventosa
Para el fuego apretar la poesía en un torno y romper
el cráneo atroz de las iglesias

Hablo a los sordos de orejas tumefactas
A los mudos más imbéciles que su silencio impotente
Huyo de los ciegos pues no sabrán comprenderme
Todo el drama sucede en el ojo y lejos del cerebro

Hablo de un cierto encanto incomprensible
De un hábito desconocido e irreductible
De ciertas lágrimas secas
Que pululan sobre el rostro del hombre
Del silencio que resulta del gran grito del nacimiento
De este instinto de muerte que nos subleva
A nosotros los mejores de entre los hombres
Cada mañana se hace tangible bajo la forma de una
medusa sangrante a la altura del corazón

Hablo a mis amigos lejanos cuya imagen confusa
Tras una cortina de estrépito de cataratas
Me deleita como una esperanza inaccesible
Bajo la campana de un buzo
Simplemente en la soledad de un claro de bosque

PIEDRA MADRE

Tú como yo tienes el ojo apagado piedra
Como yo sueñas con un cataclismo
Entre humedad sequía o tiempo indiferente
Una misma sed nos agobia
Parejo destino: la tierra el hastío

De tanto haberte escrutado oh piedra
Heme aquí en el exilio
Hablando un lenguaje de piedra
Al oído del viento

En el tiempo infinito
Se han secado las lágrimas
Pero ¿qué llaga
Encierra nuestro mundo?

Sólo la noche nos ama
Tú en su frescura reposas
Es el instante en que puedo alcanzarte
Y abandonar mi vida y lo que de ella queda
A todas las condenaciones eternas

CARDO

Cardo si prosigues tu carrera detén tu vuelo sobre mi cabeza
Un carro romano destinado a los amores del cáñamo
Acaba de entrar en su fase de carbón ardiente
Para desatar las lenguas y los pañales de un verano funesto

Cardo si ves la luna escupe sobre su sombra
En el espesor de la noche en plena espesura
Escucho los desgarradores gritos de las aves a las que
se descerebra.

CENTAURIDE

Oh paraíso celeste
Paradigma de alborozo
Arte adepto a mis querencias
Márchate amaestrado adulto
Si yo me acaricio
En todos mis extremos
Obrero de mi distancia
Para siempre solo
Resplandor de muerto

— César Moro

Notas

  • “Llamado a los tres reinos”, “Piedra madre” y “Cardo” fueron originalmente escritos en francés y publicados en Le château de grisou, Éditions Tigrondine, México D. F., 1943. Traducidos al castellano por Ricardo Silva-Santisteban; extraídos de las páginas 93, 103 y 109 del Tomo II de Obra Poética Completa, Sur Librería Anticuaria / Academia Peruana de la Lengua, Lima 2016.
  • “Centauride” fue traducido del francés original por Jorge Nájar. Extraído del apartado titulado Poèmes [1948-1952], página 109 del Tomo III de la obra citada.

La surrealista oculta

Collage de Valentine Penrose, incluido en el poemario Dones de las femeninas (1951).

Tres poemas de Valentine Penrose (1898-1978), extraídos del libro La surrealista oculta. Obra reunida; edición y prólogo de Elisabet Riera; traducción de Marie-Christine del Castillo-Valero (Wunderkammer, Girona, 2020). A contramano de la distopía pandémica, en febrero de 2020, una pequeña editorial española cubrió un vacío que había en el universo, publicando un magnífico tomo de la poesía completa de Valentine Penrose, nacida Valentine Boué en Francia, que se casó en 1925 con el artista inglés Roland Penrose pero que sólo pudo amar a las mujeres, que vivió varias temporadas en el Himalaya y la India, que estuvo en Cataluña colaborando con el bando republicano durante la guerra civil española, que fue autora de Erzsébet Báthory la Comtesse sanglante (1962) que dejó impactada a Pizarnik, y de poemas dispersos o reunidos en plaquettes que ahora ya forman contundente libro. Muy profesionalmente, el Diccionario General del Surrealismo y su entorno (Presses universitaires de France, 1982) la describía como “una poeta cuya importancia supera por mucho su notoriedad”…

Vayamos en voz baja hasta donde nos plazca
A apagar esas banderas que queman a los hombres
Y eximir la chispa de su uso

A FRANCESCA

Manos suaves nomeolvides en las culatas de los fusiles
lucho estoy prosternada
después de las muertes en tus cabellos como guadañas
tú cantora de los huesos profundos de los soldados de los marineros.

DEMÉTER

Si es que existe una piedra de tristeza estoy sentada en ella
Allí donde las cintas caen oblicuas sobre la llanura
Blancos velos. Qué levedad.
Donde la diosa de ojos hinchados mete al niño ajeno en el fuego.

El árbol se niega a orientarse. La esmeralda
Mantiene su puño cerrado. Si es que existe
Una piedra de tristeza estoy sentada en ella.

— Valentine Penrose
Traducción de Marie-Christine del Castillo-Valero
Fuente: La surrealista oculta. Obra reunida (Wunderkammer, Girona, 2020).

Venus en la caverna

Femme dans une grotte | Mujer en una gruta (1936) | Paul Delvaux

Tres poemas de Rosina Valcárcel Carnero (Lima, 1947) extraídos de Venus en la caverna (Fondo Editorial Cultura Peruana, Lima, 2019).

MI CAFÉ EREMITA

…para decirme que aún vivo respondiendo por cada poro de mi cuerpo
al poderío de tu nombre oh Poesía (Lima la horrible, 24 de julio o agosto de 1949).
César Moro

Exhorto su presencia fresca
Muchacha ojos de papel Se va lenta al espacio
Se aleja ligera Y pierde la perspectiva
En la Basilique de Fourviere
Donde se prodiga cada mes
O en Lima la horrible
A veces pierde un poco de piedad y estoicismo
Aturdida por lo real Por el cielo gris de la maldita ciudad
La muchacha con perla
Cada atardecer le dice: ¡No! a su madre
Mueve el cuello y su dardo apunta: ¡No!
Zarandea la tierra y dispara: ¡No!
Leve agita la boca rubí y su retirada indica: ¡No!
Terco, mi café eremita, en el ocaso eclipsa la tierra
Y la hija mora, sin darse cuenta, sepulta mi vida.

CHIEN ET CHIENNE

Para un perro hay una perra
Lo fuiste en mi covacha
Bruñido excitable abriendo mi puerta de a pocos
Entre hamacas invisibles
En tu cuerpo fui una perra bruna
En tu vida clara en tus tardes clandestinas en tus sombras
Perro y perra que se evitan y se echan
A bocados a rasguños furiosos tirados erguidos
Fragantes en el bosque donde fuimos pródigos
Tu ribera tu piel tu pellejo tu fruto: un árbol en mí
que arrebato y avistas como la Vía Láctea
que se clava en mi vientre
alcayata y punta semilla crema y limo
osado perro ardido guitarra penetrando en mí tanto
Y al final termino
sorda afligida y pétrea.

POEMA SUELTO EN AGOSTO

a Roberto Juarroz

En aquel tiempo nadie moría salvo por asesinato brutal
Como el de Judit cuando decapitó a Holofernes
En pleno siglo XXI estoy escribiendo cuerdas en aire y tierra
Y alguna persona agoniza
Mientras lavo mi vestido / cuando aborrezco a una conocida
Mientras minuciosa le garabateo un poema a mi amor impar
Y aunque lograra estar quieta algún amigo estaría cayendo
Tentando en vano de unir a las tribus
De no mirar fijo al vacío
Y aunque me fuera pensando este invierno del año 2018
Otro ser estaría falleciendo, a pesar de mi genuina avidez
De morir exclusiva: un segundo, un minuto, una hora.
Por ello, si me inquieren por la tierra
Meramente contesto:
Un ser humano está muriendo en el gris desierto del Norte.

Rosina Valcárcel Carnero
Extraído de Venus en la caverna, Fondo Editorial Cultura Peruana, Lima, 2019. (pp. 22, 50, 85).

Extremo horizonte de harapos

Hospital de apestados (1800) | Goya

Un poema de Javier Sologuren, extraído de: Vida continua. Edición de Ricardo Silva-Santisteban. Academia Peruana de la Lengua, Lima, 2014.

EXTREMO HORIZONTE DE HARAPOS
FRUICIÓN DE INALTERABLES ESTAMBRES

Displicentes fantasmas se situaron exactamente al lado de los fogosos bronces de la sinfonía crepuscular en tanto que el mar siempre insomne avanzaba derribando las butacas con resuellos amargos de los que brotaban crispadas flores de vidrio. Medallas programas monóculos rosas y bandas (que solo podían ser presidenciales) fueron barridas lindamente y depositadas al pie de una columna votiva donde ardía (es un decir) un canto llano cuya altura medíase en millas naúticas y su extensión se producía en plumajes repentinos. Displicentes fantasmas (los mismos) tomaban purpúreos helados.

Javier Sologuren
Extraído de Vida continua, Academia Peruana de la Lengua, Lima, 2014. (p. 403).

Desconfianza

Niña con muñeca (1922) Oskar Kokoschka | Óleo sobre lienzo, 91 x 81 cm

Tres textos de Alejandra Pizarnik, originalmente publicados en Mundo Nuevo, París, N° 7, enero de 1967, bajo el título de “Pequeñas Prosas”. Extraído de Obras completas, Ediciones Corregidor, Buenos Aires, 1994 (2a. ed.)

DESCONFIANZA

Mamá nos hablaba de un blanco bosque de Rusia: …y hacíamos hombrecitos de nieve y les poníamos sombreros que robábamos al bisabuelo…

Yo la miraba con desconfianza. ¿Qué era la nieve? ¿Para qué hacían hombrecitos? Y ante todo, ¿qué significa un bisabuelo?

DIÁLOGOS

—Ésa de negro que sonríe desde la pequeña ventana del tranvía se asemeja a madame Lamort —dijo.

—No es posible, pues en París no hay tranvías. Además, ésa de negro del tranvía en nada se asemeja a madame Lamort. Todo lo contrario: es madame Lamort quien se asemeja a ésa de negro. Resumiendo: no sólo no hay tranvías en París sino que nunca en mi vida he visto a madame Lamort, ni siquiera en retrato.

—Usted coincide conmigo —dijo— porque tampoco yo conozco a madame Lamort.

—¿Quién es usted? Deberíamos presentarnos.

—Madame Lamort —dijo—. ¿Y usted?

—Madame Lamort.

—Su nombre no deja de recordarme algo —dijo.

—Trate de recordar antes de que llegue el tranvía.

—Pero si acaba de decir que no hay tranvías en París —dijo.

—No los había cuando lo dije pero nunca se sabe qué va a pasar.

—Entonces, esperémoslo puesto que lo estamos esperando —dijo.

DEVOCIÓN

Debajo de un árbol, frente a la casa, veíase una mesa y sentadas a ella, la muerte y la niña tomaban el té. Una muñeca estaba sentada entre ellas, indeciblemente hermosa, y la muerte y la niña la miraban más que al crepúsculo, a la vez que hablaban por encima de ella.

—Toma un poco de vino —dijo la muerte.

La niña dirigió una mirada a su alrededor, sin ver, sobre la mesa, otra cosa que té.

—No veo que haya vino —dijo.

—Es que no hay —contestó la muerte.

—¿Y por qué me dijo usted que había? —dijo.

—Nunca dije que hubiera sino que tomes —dijo la muerte.

—Pues entonces ha cometido usted una incorrección al ofrecérmelo —respondió la niña muy enojada.

—Soy huérfana. Nadie se ocupó de darme una educación esmerada —se disculpó la muerte.

La muñeca abrió los ojos.

— Alejandra Pizarnik